Madre: Departamento viento en Lorenzo Arenas
En los años noventa, cuando el mundo comenzaba a transformarse nuevamente en Chile, existía un departamento en Lorenzo Arenas en que el viento era el silbido de la libertad para una joven madre soltera. Muchas mujeres seguían enfrentando realidades duras, marcadas por la desigualdad y los prejuicios sociales, una de ellas era Alexandra Hormazábal.
Entre ellas estaba Alexandra, una mujer que aprendió a sobrevivir desde pequeña y que, sin proponérselo, se convirtió en símbolo de fortaleza y libertad ante las injusticias.
Alexandra nació en 1966 en un hogar que constantemente detonaba como un campo de guerra, el cual dificultó muchas noches y días en que podría haber vivido tranquilamente una niñez u adolescencia.
Desde temprana edad, siendo la segunda hermana de seis, tomó el rol de protectora y una voz guía para los menores. Con una mente capaz y una resiliencia indestructible, salió adelante ante la violencia que observó y vivió. Sería una madre que en aquél departamento de Lorenzo Arenas, el viento le enseñó sobre la libertad.
“Desde que era muy niña, siempre dije que no haría pasar por esto a mis hijos. Yo no seré igual. Seré diferente y mejor. Seré buena madre y les daré una buena familia” contó al recordar aquellos momentos en que la vida y la familia significan trozos difíciles de unir.
Trabajó en su adolescencia a la vez que estudiaba. En su cabeza siempre estuvo la meta de salir de aquél departamento, tener un título y defender al indefenso en un mundo que consideraba lleno de injusticias. Mas ante las decadencias monetarias, aquél logro académico no lo pudo conseguir.
“Quería estudiar leyes y trabajar en casos relacionados a la violencia domestica y la defensoría de menores. Siempre quise defender al que no podía” compartía a la vez que sonreía sabiendo que, aún sin lograr aquél titulo universitario, su meta se cumplió.
¿Cuáles eran las dificultades de ser madre?
A los 24 años quedó embarazada y una nueva historia comenzó: su hija había nacido sorda.
En aquella época, serlo no era fácil ser madre soltera ni que ella tuviera, lo que la sociedad llama, una discapacidad. Las miradas en la calle, los comentarios de las vecinas y la falta de apoyo eran heridas invisibles que pesaban más que el cansancio. Viviendo junto algunos hermanos y con su madre, los problemas no se habían ido.
En aquél departamento en Lorenzo Arenas, cuando era de noche y salía a respirar fuera de su propio mundo, el viento llegaba a su rostro y le llamaba su libertad. Sabía que por muy resistente que fuera, ella debía salir.

“Yo aprendí junto a su profesora. Todos los días aprendía palabras con ella. Siempre le preguntaba cómo se decía en señas todo, desde lo más pequeño como decir “mamá” a decir oraciones más complejas. Nunca me rendí. Yo no iba a dejar que nada me impidiera hablar con mi hija” explicaba con orgullo.
Ingresó a su hija en el Colegio Bio Bío . Donde recibió apoyo como madre primeriza de una hija sorda. Alexandra recordó aquellos días como una situación que, a pesar de ser difíciles, la felicidad fue algo tan grande que nada nublaba los momentos junto a su hija.
La educación fue algo difícil, debido a que tomó el rol de voz para quienes no la querían escuchar. Se enfrentó a profesores, estudiantes, familiares y desconocidos, quien fuera la persona que se burlaba o pasara a llevar a su hija, ella era quien daba la cara.
Los recuerdos de aquél departamento en Lorenzo Arenas le decían lo que no debía de permitir, sin mencionar que en cada brisa de viento la libertad y la lucha por su hija siempre salía a la luz.
¿Qué mensaje dejaría para una madre de un niño sordo?
“A mi hija la crie para que fuera libre. Así como ese viento que llegaba en el departamento, así debía ser ella. No me importaba que ella no escuche, porque así es la libertad. A veces no la escuchas o la puedes encerrar entre tus manos: debes sentirla” contó a la vez que miraba las fotografías de su hija de cuando era niña.