Haciendo Clases

Periodismo digital

Haciendo Clases

Periodismo digital

Noticias

El viaje transformador: Malabarismo, arte callejero y circo

Desde el arte callejero del malabarismo en semáforos al circo social, esta es la historia de Johnny, un artista oriundo de Chiguayante que ha hecho de las calles su hogar y de los escenarios su forma de vida. Jonathan Alexis Silva Burgos, a sus 34 años, ha convertido el arte callejero en su oficio, su refugio y su manera de transformar el mundo. Desde los cruces vehiculares hasta escuelas de circo en Brasil y Argentina, su camino ha sido tan nómada como inspirador, impulsado siempre por la pasión que despierta el malabarismo y su fuerza expresiva en el espacio público.

El arte callejero como punto de partida

El vínculo de Johnny con el arte callejero comenzó por necesidad, pero se transformó en vocación: “Empecé en los semáforos, por unas monedas, sin saber que estaba comprando pasajes a otros mundos. El arte me dio libertad, me hizo crecer”, recuerda. Su destreza física, cultivada en la infancia como deportista, fue la puerta de entrada al universo del circo, donde el cuerpo se convierte en herramienta narrativa. En cada salto, en cada ejercicio de malabarismo, hay una historia que se despliega frente al público. No se trata solo de técnica, sino de emoción, de mensaje, de presencia.

Lo que comenzó como una solución temporal se convirtió, con los años, en una forma profunda de entender el mundo y su lugar en él. El asfalto fue su primer escenario, el semáforo su primera escuela, y el público apurado de los autos, sus primeros espectadores. A través del arte callejero, Johnny encontró identidad y propósito, y con el malabarismo como lenguaje y el circo como plataforma social, ha construido una vida dedicada a la expresión, la enseñanza y la transformación desde la calle.

Aprender en la calle, enseñar en el mundo

El camino artístico de Johnny se forjó, en gran parte, fuera del aula tradicional. “Principalmente fui autodidacta. Aprendí en la calle, compartiendo con otros artistas, en un ambiente de compañerismo, nunca de competencia”, explica. Las plazas, ferias, festivales y espacios abiertos fueron su laboratorio creativo. Ahí donde el arte es inmediato y sin filtros, donde el aplauso es genuino o inexistente, y donde cada presentación es también un acto de resistencia cultural.

Sin embargo, su deseo de profesionalizarse lo llevó más allá de las fronteras. En Argentina, se formó en la Escuela de Artes Urbanas de Rosario, un espacio que le permitió expandir sus habilidades técnicas y escénicas. Más tarde, en Brasil, encontró en la escuela Piolín de João Pessoa una comunidad que lo acogió con calidez y que le mostró otra dimensión del circo como herramienta educativa.

“Los niños eran unas bestias en acrobacia. Yo les enseñaba malabares y equilibrios. Era hermoso. Ahí confirmé que el arte es un lenguaje universal”, comenta. En ese intercambio, Johnny no solo enseñó lo que sabía, sino que también aprendió de la espontaneidad, la entrega y el juego de sus estudiantes. Gracias a esta formación internacional, pudo consolidar un show familiar donde alterna entre el clown, los malabares y la animación, conectando con públicos diversos, de todas las edades y realidades.

Un oficio de cuerpo, alma y resistencia

“Uno cree que está entrenando, pero en realidad estás sanando”, dice sobre la preparación física que exige su oficio. Practica acrobacias y juegos corporales a diario; lo que para otros sería extremo, para él ya es rutina. Aun así, no está exento de lesiones: muñecas torcidas, pies golpeados y también “rompimientos emocionales”, como los llama. Dolencias que no siempre se ven, pero que pesan tanto como un esguince.

Para Johnny, el cuerpo es más que una herramienta. “Mi cuerpo dice que está feliz. Es fuerte, rápido, sano. Me ha llevado lejos. Me recuerda que soy uno, no dividido en derecha e izquierda. Que el todo está en equilibrio”. Su relación con el cuerpo es íntima, respetuosa. Lo cuida porque sabe que es su instrumento y su compañero.

El arte como resistencia social

Johnny cree firmemente en el poder del circo social como herramienta transformadora. “El circo social es necesario hoy más que nunca. Es revolucionario. Une, integra, nos devuelve la capacidad de mirar lo diferente con ternura”, afirma. Para él, el circo no es solo un espectáculo: es una herramienta de inclusión, de diálogo, de reconstrucción comunitaria. Es un puente entre realidades que no suelen encontrarse.

La precariedad económica ha sido una de las mayores dificultades del camino. “La gente prefiere pagar por un producto envasado que por un show en la calle. No se imaginan todo el trabajo y la historia detrás de un artista local”. Aun así, rescata lo más valioso que ha obtenido: “La familia que uno elige en el camino. Hermanos y hermanas del arte. Compañeros con quienes uno se sostiene cuando todo parece cuesta arriba”.

Palabras para quienes sueñan

Entre el arte callejero, el malabarismo y el circo, Johnny encontró no solo una forma de expresión, sino también una herramienta poderosa para transformar su vida y la de otros.

Al cerrar la conversación, Johnny dedica unas palabras a las nuevas generaciones: “Esfuércense, vivan cada hora con amor. El arte es un camino incierto, pero lleno de luz. Si se amargan, que busquen refugio en sus seres queridos y sigan. Siempre sigan”.

La historia de Johnny no es solo la de un artista callejero. Es la de alguien que convirtió la adversidad en escenario, el cuerpo en mensaje y la calle en escuela. Su relato nos recuerda que, a veces, la verdadera formación no está en las aulas, sino en los aplausos sinceros de quienes se detienen a mirar con el corazón. Y que en cada semáforo, entre el rojo y el verde, puede haber un artista sembrando luz en medio del tránsito cotidiano.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *