Mis audífonos como parte de un ritual cotidiano
Llevo mis audífonos como parte de un ritual cotidiano desde que tengo uso de razón. Así como gran parte de la población, en Chile y el mundo, ha experimentado una bonita relación con este aparato electrónico, personalmente la vida se vuelve más fácil cuando cuelga un par de cables en mi cuello. Los audífonos, me han permitido crear burbujas sonoras personales, especialmente en entornos urbanos ruidosos. En simples palabras escuchar música mientras voy al trabajo, universidad o de compras se ha convertido en un ritual cotidiano.
El ser humano y la música han estado ligados desde tiempos ancestrales. Sin embargo, fue a partir del siglo XX, con la invención de los audífonos, que esa relación se volvió más íntima y personal. Así como dice Headphone.shop, todo comenzó en 1910, cuando Nathaniel Baldwin fabricó el primer prototipo funcional de audífonos, utilizado inicialmente por el ejército. No sería hasta la llegada del Walkman en 1979, de la mano de Sony, que los audífonos se popularizaron como herramienta cotidiana para disfrutar de la música en movimiento. Desde entonces, la evolución tecnológica ha sido imparable.
Más que solo audífonos, una necesidad humana
Tengo mis audífonos como parte de un ritual cotidiano debido al simple hecho de que son parte de mi identidad, sin embargo existen varias razones para la humanidad, ya que los no solo son herramientas funcionales, sino también objetos de identidad y moda. Desde los modelos coloridos hasta ediciones de lujo con marcas de diseñador, estos dispositivos reflejan estilos de vida, preferencias tecnológicas y estatus social. Personalmente, sigo escogiendo los clásicos audífonos de cable. La sensación de pertenencia, a diferencia de los inalámbricos es cómoda y sencilla.
La historia entre los seres humanos y los aparatos electrónicos es digna de estudiar, específicamente con los audífonos, ya que es una adaptación mutua. Mientras la tecnología sigue avanzando, también lo hacen nuestras formas de escuchar, de aislarnos y de conectarnos. En medio de este cambio constante, una cosa permanece igual: la necesidad humana de tener música cerca, tan cerca como al oído, como parte de un ritual cotidiano.