El terreno del olvido: Alto Rio
Quince años después del colapso del edificio Alto Río en Concepción, el terreno sigue vacío y sin señal alguna de lo ocurrido. Mientras las víctimas continúan esperando justicia y reparación, el olvido urbano se impone sobre una de las tragedias más simbólicas del 27F.
Por Paula Santander y Catalina Vega
En la esquina de calle Los Carrera con Padre Hurtado, en pleno Concepción, hay un terreno baldío. A simple vista, no tiene nada de especial: tierra apisonada, algunos restos de concreto, autos estacionados de manera informal. La gente pasa apurada rumbo a la estación, camina tranquila hacia el supermercado, conversa en las esquinas. Nadie parece notar que ese lugar fue, alguna vez, el epicentro de una tragedia.
Allí estuvo el edificio Alto Río, una torre habitacional de 15 pisos y un subterráneo, que prometía modernidad y comodidad. Hoy no queda nada. Solo pequeños escombros, vestigios dispersos. Nada que indique que hace quince años, ese edificio colapsó por completo durante el terremoto del 27 de febrero de 2010.

Ocho personas murieron, otras siete resultaron con lesiones graves. De las 119 que vivían allí, 52 lograron salir por sus propios medios, mientras que 27 debieron ser rescatadas de entre los escombros. El Alto Río se convirtió en un emblema del 27F y, a la vez, en el símbolo de una herida estructural más profunda: la negligencia de las constructoras, la falta de fiscalización, la fragilidad de las promesas habitacionales.
Katty Hernández vivió en carne propia la tragedia del 27 de febrero de 2010, cuando el edificio Alto Río colapsó en plena madrugada. El departamento del cual era copropietaria estaba ubicado justo en el corazón del desastre, en el lugar exacto donde el edificio se fracturó en dos. Ese día no solo perdió su hogar, sino también un vehículo, enfrentando desde entonces las secuelas materiales, emocionales y legales que dejó aquel fatídico día. Afortunadamente, Katty sobrevivió, pero la lucha por obtener una indemnización y dejar en el olvido lo que ocurrió, ha sido larga y compleja.
El proceso judicial por el colapso del edificio Alto Río comenzó en 2012, cuando se inició la investigación contra los responsables de la constructora Socovil —empresa a cargo del proyecto— y de la inmobiliaria Río Huequén. Entre los imputados figuraban el gerente general Juan Ignacio Ortigosa Ampuero, el gerente comercial Felipe Parra Zanetti, el ingeniero calculista René Petinelli Loayza, junto a otros ejecutivos y jefes de obra. En el primer juicio, solo Petinelli fue condenado a una pena remitida y al pago de una multa, mientras que el resto fue absuelto. El fallo provocó un profundo malestar entre las víctimas y familiares, que veían cómo la justicia parecía diluirse entre tecnicismos y responsabilidades compartidas.
Tras la anulación del primer fallo por errores en la valoración de pruebas, un nuevo juicio en 2013 dio un giro en el caso: varios ejecutivos fueron finalmente condenados por cuasidelitos de homicidio y lesiones graves, recibiendo penas de prisión remitida y multas millonarias. Sin embargo, el veredicto no trajo consigo el cierre que muchos esperaban. A más de una década del desastre, las indemnizaciones para las víctimas y sus familias aún no se han completado. Aunque la Corte Suprema ratificó el fallo en 2014, el camino hacia una reparación económica justa sigue siendo incierto y desgastante, manteniendo viva la herida y la demanda de justicia.
Quince años después, el terreno sigue vacío. No hay una placa, un memorial, ni siquiera un letrero que advierta lo que ocurrió. El sitio se ha convertido en un estacionamiento improvisado. Un espacio utilitario, olvidado, donde la memoria no tiene lugar. ‘’Yo creo que la memoria colectiva es frágil y selectiva. El Alto Río fue lo más desastroso que ocurrió en Concepción, pero la gente recuerda sólo lo que le tocó más de cerca.’’ comenta Kathy. ‘’Además, muchos creen que nos pagaron una indemnización millonaria, y no fue así. La memoria piensa solo en lo económico, pero se olvida que hubo ocho fallecidos y personas con secuelas catastróficas que siguen sufriendo”.
En una ciudad marcada por el terremoto, resulta inquietante que no exista señal alguna del Alto Río. Que un hecho tan brutal haya sido borrado del paisaje cotidiano. Que la ausencia de memoria sea tan evidente como el vacío físico que dejó el edificio.
El sitio eriazo que hoy ocupa lo que fue el edificio, es un testimonio silencioso de la tragedia y el abandono que aún persisten tras el terremoto de 2010. Este espacio, marcado por el dolor colectivo de quienes perdieron a sus seres queridos y la memoria de un desastre que aún duele, transmite un mensaje inquietante. Como señala el Doctor en Historia Rubén Elgueta, “El mensaje social que se transmite ante este sitio cargado de dolor colectivo y el abandono, es de una profunda indolencia y falta de respeto hacia la memoria histórica del espacio individualizado(…) Como se trata del último terremoto que enfrentamos como país y sus consecuencias, urge una predisposición al ente estatal de generar sitios de memoria”
Lo que Katty y sus antiguos vecinos necesitan para seguir adelante es claro: “Nosotros, más que un memorial, lo que queremos es justicia. Que nos paguen lo que corresponde. Después, el que compre el terreno podrá poner una placa, o no. Pero cuando construyan algo encima, la gente ya no se va a acordar. Y eso duele. Porque nosotros no lo podemos olvidar”, concluye.